La pintura nunca es destacada por el tema sino por ser pintura.
Por acaecer desde un lugar único, que la identifica y expone singularmente.
Es un lenguaje que no necesita de otros lenguajes aunque podemos decir cosas de ella, sondearla...
Hablar del color en la composición, la luz, los ritmos y recorridos lineales.
Finalmente el tema nos incorpora otros datos. Pero si no existe lo anterior, es simple: habrá una falta insustituible.
En el caso de Guillermo Benavídez vemos un artista de rigor compositivo, con compromiso en el color, que refleja atmósferas brillantes. Acertados contrapuntos espaciales basados en cambios de texturas muy bien equilibrados y con audacia representativa. De esta manera responsable con la disciplina, nos acerca un mundo de soledades, de grandes extensiones de campos y cielos diáfanos, que se encuentran por azar con personajes varios, paredes, mobiliarios; seres animados e inanimados que cruzaron su existencia en un espacio a descubrir. Pareciera que entendieron su misión desconocida e insegura en su vivencia y tratan, en el dolor de la circunstancia, de manifestar lo mejor de sí.
Todo esto se puede develar porque se evidencia el armazón de una pintura sólida que se investiga en sí misma a través de Benavídez y que en su devenir anticipa propuestas para instaurar nuevos mundos.